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‘El temps de la renda’ (7), por Juan Bta. Codina Bas

14 de noviembre de 2020 - 07:55

La escolarización. En este temps de la renda y en aquellos años, las vacaciones escolares comenzaban a final de junio y terminaban a primeros de septiembre y comenzaba el nuevo curso. Por otro lado, los exámenes escolares tenían lugar a final de junio y en los primeros días de septiembre estaban los exámenes para quienes hubieran suspendido algunas materias. Los que iban a ir a septiembre para examinarse debían en el estío repasar y revisar las materias suspendidas y en múltiples ocasiones habían de recurrir a profesores particulares o a amigos o hijos de amigos que les dieran algunas clases de repaso.

De cualquier modo, las clases que comenzaban a primeros de septiembre lo hacían en la mitad del temps de la renda. Las familias se habían trasladado a la casita y debían seguir en ella hasta culminar el periodo de cosechas y ya hemos comentado que muchas familias alargaban el periodo de la renda hasta final de noviembre o a la Inmaculada. Así pues desde septiembre, octubre, noviembre los escolares estaban en las casitas y con el fin de no faltar a las clases debían acudir a la escuela. Por los caminos se veían acudir a la villa a esos escolares que lo hacían en grupos integrados por los de las casitas cercanas.

¿Cómo iban los escolares a cumplir su escolarización en las escuelas que estaban en el pueblo? Una persona que me ha contado este momento me indica que el traslado lo hacía por la carretera y en bicicleta, dado que en aquel momento no había casi coches. Como era mujer, cogía la bicicleta de su padre a la que le habían quitado el tubo superior del cuadro de la bicicleta para adaptarla a la bicicleta femenina, y en ella y llevando al hermano más pequeño en el sillín posterior, acudía diariamente a la escuela en esos meses de final del temps de la renda.

Las meriendas. En aquel temps de la renda, eran años de escasez de productos para las meriendas, y así a veces se metía un plátano entre dos trozos de pan y convertido en bocadillo hacía las delicias de la chiquillería; en otras ocasiones se untaba en una rebanada de pan sagí roig, y poniéndole sal, ya era suficiente para llenar el estómago en esas horas intermedias de la tarde o bien una rebanada de pan al que se le restregaba un tomate y con aceite y sal cubría las necesidades alimentarias de los muchachos y muchachas.

Las madres se las ingeniaban para procurar una buena merienda a sus hijos y a veces a los amigos de los hijos o un vaso de leche de las vacas que podían estar cerca de la casita, en ocasiones leche condensada sobre una rebanada de pan o dos tabletas de chocolate.

A veces me pregunto como era posible hacer una merienda apetecible con esa escasez. Se necesitaba una gran creatividad. Eran años muy anteriores a los de la nocilla.

L’aiguà del 57. Hay un hecho relevante en estos años sobre el que cubro mis vivencias del temps de la renda, y es el de l’aigüà de 1957 que se produjo el 2 de octubre. En las ‘efemérides de la Parroquia de Xàbia’ se relata ese momento de la siguiente forma: “Día de penoso recuerdo para la generación actual que no olvidará nunca la catástrofe ocurrida con motivo de la lluvia que como verdadero diluvio hemos soportado durante treinta horas, pero con mayor intensidad en las siete u ocho últimas. El pluviómetro del Cabo de San Antonio registró su cantidad máxima, que llega a los seiscientos litros por metro cuadrado, pero dicen los encargados que fue mucho más elevada esta cifra. El agua arrolló cuanto encontró a su paso arrancando de cuajo árboles centenarios como algarrobos, almendros, olivos, higueras. Se han hundido algunas casas, derribando puentes, cayéndose márgenes y dejando el término arrasado y los campos llenos de piedras. Se han perdido las cosechas de vino, aceite, maíz, sin contar las patatas, cacahuete, etc. El agua entraba dentro de las casas y cada una era una gotera. Ante estos acontecimientos extraordinarios que han dejado sin hogar a varias familias pobres, amenazando con derrumbarse otras muchas. El Rvdo. Sr. Cura toma las siguientes determinaciones: suspender definitivamente la colecta de especies de este año y celebrar algunas en la iglesia a favor de los pobres damnificados por este terrible siniestro que tiene a Jávea consternada ante la magnitud incalculable de los daños causados”.

El relato nos recuerda las colectas en especie que D. Mariano Peris Sabater realizaba en sus visitas por las casitas con el propósito de reconstruir la parroquia que se propuso desde el primer día de su entrada como párroco al crear la Junta Permanente de Reconstrucción Parroquial. Este año suspende las colectas, pero doce días después, sucedió la riada de Valencia donde la ciudad se cubrió de agua y luego de barro.

El primer momento que llenaba de temor aunque las nubes no hicieran ningún acto de presencia era la tradición de que al comenzar la escaldá aparecían los primeros amagos de lluvia. Es interesante la resolución de 4 de mayo de 2018 de la Conselleria de Educación que para declarar bien de interés cultural inmaterial a l’Escaldà lo hace con una referencia al tiempo en el punto 6 del anexo y que transcribimos en su referencia del mes de agosto:

“Quan per agost escoltes trons tots els raïms són bons” indicando a continuación que “pasada la Mare de Déu d’Agost (a Xàbia li diuen la Mare de Déu dels Cadufets) començava l’escaldà.”

Pero acto seguido está San Bartolomé, el titular de la iglesia parroquial de Xàbia y otro refrán nos habla de mal tiempo: “Per Sant Bertomeu, tronaes a reu” y también un refrán castellano nos dice: “Por San Bartolomé, tormentas ha de haber”.

El labrador versus autónomo

En esta situación que venimos estudiando hay un elemento importante y es la transformación del labrador en un autónomo que diríamos hoy. Hay un entramado comercial en todas las facetas relacionadas con las cosechas. La aparición de los comerciantes que buscaban los productos para hacer de intermediarios entre el labrador y el comprador final hace preciso que el labrador actuara como lo haría un autónomo.

Entre otros tenemos noticias de José Sala Bisquert, comerciant, era el intermediario que buscaba entre otras cosas algarrobas, pasa y almendras, si bien también comerció con naranjas y uva. El labrador tenía que hacer cálculos sobre el coste de los productos: abonos, trabajo en la tierra de cavar, arar, podar…. recoger, etc… en lo que fuera a vender: almendra, pasa, algarrobas, naranjas, limones, melones, y hasta huevos si tenía suficientes gallinas que se los proporcionaran…). Enterarse de a como pagaban los comerciantes el precio de la almendra o de la pasa, del vino o del aceite y otros y buscar a quien se lo pagara a más alto precio, pero sabiendo que en función de cómo fuera la cosecha general los precios tenían sus altibajos. Había cierta inseguridad en todas estas operaciones. Otra cuestión era la del pago si en el momento en que se le daba al comerciante o cuando esté lo cobraba y entonces pagaba al labrador. Estaba también la fiabilidad que el labrador tenía en aquel a quien le facilitaba la mercancía. Otro problema añadido era si la pasa por ejemplo no había terminado su proceso de pasificación y se vendía antes para conseguir mejor precio, pero esto se volvía en contra del labrador así como cuando el comerciante intentaba acaparar la mercancía para lograr mayores beneficios y ese acaparamiento propiciaba una bajada de precios…

La venta en Dénia. Había también labradores e intermediarios de toda la comarca pasera que cogían su cosecha y marchaban a Dénia para venderla a quien le proporcionara mayor beneficio o lo hacían después de haber acordado la venta con algún almacén o personaje que le diera confianza. Una vez entregada la mercancía y recibido el dinero, el hombre se entretenía en el llamado ‘carrer de les xiques’ o algún garito de juego de los que proliferaron en Dénia para sacar el dinero a los que lo tenían y allí perdía parte del dinero, sino todo. El regreso al pueblo era vergonzante y pensaba lo que diría echando la culpa a unos bandoleros que se le habían aparecido por el camino y le habían robado y automáticamente decía “me cague en Dénia”. El origen de esta exclamación creemos que hace alusión a ‘la vida’ más que a la ciudad en concreto, en el sentido de ‘me cague amb la vida’ ya que en árabe la palabra vida se escribe y se pronuncia como Dúnya. Esta locución pudiera ser una reminiscencia que hablara de las raíces árabes de nuestra cultura, ya que el parecido Denia y Dúnya hizo derivar esta exclamación a la ciudad de Dénia cuando el significado en su origen es otro.

(FIN DE LA PRIMERA PARTE)

4 Comentarios
  1. Godofredo dice:

    Pues resultaba muy apetitoso una rebanada de pan untada con sagí roig, mes encara si el pa era pastat a casa y enfornat en el fornet de la caseta; y no digamos de la rebanada con aceite, tomate y tiritas de bacalao por encima.
    L’aigüà del 57 me pilló en Jávea, donde pasaba una corta estancia y recuerdo que en el Rabaldí el agua arrastró la tierra de unos bancales y aparecieron enterramientos moros y allí fuimos dos o tres amigos en busca, sin éxito, de algún objeto interesante. Me llevé como recuerdo un fémur que envolví en papel de periódico y conservé años, hasta que mi madre lo tiró a la basura. Empalmé con la riada de Valencia, en el inicio del quinto curso de bachillerato; el colegio estaba en la calle Salamanca y los patios daban a Jacinto Benavente, es decir, al río. Me pasé varios días, junto a otros compañeros, sacando barro; recuerdo muy bien aquellos aciagos días.


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