El comienzo de la historia de la Panificadora de Jávea lo encontramos en Estados Unidos, sí, al otro lado del charco. Y es que, a inicios de los felices años 20 del siglo pasado, muchos ciudadanos de la Marina Alta emigraron a América en busca de oportunidades, aventuras y un porvenir más prometedor que el que ofrecía nuestra comarca. Esto sucedió después de que la filoxera —una enfermedad de la vid que, curiosamente, llegó con unas cepas de Estados Unidos en el último tercio del siglo XIX— arrasara con el cultivo de la uva.
Un xabiero del Carrer En Grenyó, nacido en 1885, Antonio Bisquert Buigues, se embarcó en la ciudad de Le Havre (Francia) en la nave La Lorraine, llegando a Nueva York el 25 de abril de 1920.
Poco después, se estableció en Bridgeport, Connecticut. En España lo esperaban su esposa, Carmen Marí Sanchis, y su hijo de dos años, Carlos, quienes no se reencontrarían con él en nuestra villa hasta tres años después de su partida.
En 1925, impregnado por las ideas de modernidad, industrialización y los procesos técnicos aplicados al trabajo manual en Norteamérica, Antonio decidió fundar la primera panadería mecanizada de la localidad, revolucionando así el comercio del casco histórico xabiero de la época. Bisquert logró un hito, ya que, hasta entonces, las panadería —también llamadas tahonas o despachos de pan— contaban únicamente con un horno de leña, más o menos grande según el local, y su elaboración seguía siendo tan rudimentaria y tradicional como en siglos anteriores.
Muchos colegas se acercaron a la panadería del Carrer En Grenyó, que albergaba su innovador negocio y vivienda, para admirar las maravillas de hierro forjado y electricidad que Antonio había adquirido de dos empresas punteras de la ingeniería española: Rafael Montañés, en Valencia, y Ferré Matheu, en Barcelona.
Antonio llegó a tener tres empleados, y desde primera hora de la mañana repartían pan en carro y macho por el Puerto, Montañar y otras partidas más alejadas del municipio, hasta el Cabo de la Nao. Sin embargo, la jornada comenzaba en la madrugada, dando vida al popular adagio en su versión cantada: «A la una, a las dos, a las tres de la mañana, se levanta el panadero con calzones de badana…»
La harina llegaba a Jávea en un gran camión que descargaba el material dentro del edificio del Fielato. Por la tarde, los carros recogían la harina para sus respectivos negocios, ya que el camión no podía acceder a las angostas calles de la villa.
Los vecinos del pueblo, como clientes, acudían a cocer su propio pan, sus pastas y sus cocas en dos o tres panaderías habilitadas para ello, ya que la mayoría vivía en el casco histórico y no disponía de horno de leña. Antonio elaboraba el codiciado pan blanco, famoso por su sabor característico y su maravillosa forma y color, utilizando el cilindro, pà de cilindre.
Con el tiempo, su hijo Carlos heredó tanto el espíritu emprendedor como las ideas innovadoras y el negocio de su padre. Como ocurre en ocasiones con la segunda generación, Carlos Bisquert mejoró algunos servicios. Analizó minuciosamente la elaboración de la mona de Pascua hasta dar con la fórmula que convirtió este dulce típico valenciano en la delicia más codiciada de la Semana Santa.
La mona tiene sus misterios en el proceso de elaboración, y si el ambiente y el clima no son óptimos, el resultado puede ser muy diferente. Desgraciadamente, Carlos transmitió su receta mágica a un xabiero que falleció poco tiempo después, perdiéndose así un sabor que muchos aún recuerdan con nostalgia…
Cuando se iba la luz —algo frecuente en Jávea durante aquella época, por las restricciones del suministro—, Carlos Bisquert ideó un sistema alternativo con poleas y un volante de hierro para no interrumpir el proceso de la masa y que el pan saliera perfecto.
Como anécdota de nuestras fiestas mayores, les Fogueres, cabe destacar que fueron dos panaderos xabieros, Ramón Ferrer, de la Panadería Santacreu, y el propio Carlos Bisquert —ambos falleros activos— quienes instauraron la tradición de les Faves Torraes de la Nit de Sant Joan. Al parecer, este aperitivo era habitual entre ellos, y solían tostarlo en sus respectivos hornos.
Después de l’Aiguà de 1957, que tuvo trágicas consecuencias en nuestro municipio, el obrador de Pepe Llidó Vicente, ‘El Calpino’, quedó destruido por las lluvias. Ante esta situación, Carlos Bisquert le ofreció su propio obrador para que Llidó pudiera continuar con su trabajo y despachar su pan. La panadería de Llidó estaba a pocos metros de la de Carlos, en la calle Virgen del Pilar, frente a Benavent. En aquellos años, muchos comercios convivían vendiendo el mismo producto casi puerta con puerta, y todos mantenían su clientela fiel.
Finalmente, casi todos los panaderos, salvo alguna excepción, pusieron en marcha la empresa Panaderos Reunidos de Jávea S.L. junto con los propietarios del terreno, que no eran panaderos. La factoría de pan recibió el popular nombre de La Panificadora. Algunos socios cedieron el terreno para la construcción del establecimiento, otros aportaron la maquinaria y algunos invirtieron dinero para hacer realidad el proyecto. La gran mayoría de los panaderos de Jávea se unieron a la entidad, entre ellos Quico Segarra, Cholbi, Emilio, Fornés, Castell, Gavilá, Ferrer Santacreu, Ferrer de San Cristófol y Ortuño. En verano, se llegaba a doblar el turno para poder abastecer la creciente demanda del turismo, que ya era una realidad.
Llidó y Bisquert probaban la harina que llegaba a la Panificadora desde cuatro fábricas, ubicadas en Alicante, Zaragoza y otras provincias limítrofes. Ambos observaban detenidamente la reacción de cada partida de harina, ya que los pedidos se hacían por camiones completos, y una mala elección podía suponer un fracaso en el sabor del pan y una pérdida de beneficios.
La Panificadora contaba con horno eléctrico, pero también mantenía un horno de leña, pues, como en otros lugares, estos tenían una gran capacidad y permitían cocer grandes tandas de pan a la vez, ya fuera con leña o con carbón. La amasadora, de funcionamiento eléctrico, facilitaba la mezcla de harina, agua, levadura y sal. La pesadora era manual, mientras que la formadora era mecánica, lo que permitía dividir la masa en porciones uniformes y darles distintas formas.
La fermentación se llevaba a cabo en cámaras con temperatura y humedad controladas. Hasta la aparición de estas cámaras, la masa reposaba en habitaciones templadas o en armarios de madera. Para evitar la escasez de pan ante los frecuentes apagones en el municipio, la Panificadora adquirió un gran motor de barca que garantizaba el suministro eléctrico en caso de emergencia.
Nuestra ciudad creció y progresó —según el punto de vista—, y con los cambios en el modo de vida, muchas cosas se fueron. La Panificadora cerró a principios del siglo XXI, poniendo fin a la historia del pionero de la industria mecanizada xabiera.
José Font Caballero
Aqui lo mas curioso es fijarse en la factura y ver como nos crujen a impuestos hoy en dia, que cada dia hay uno nuevo. Y en esa factura, para la epoca y para el tipo de factura, no hacia falta pagar ningun impuesto y hoy en dia habria sido un 21%.
De verdad, es que te tienes que reír. Justamente, si para criticar los impuestos te vas a una factura del año 1925, tu mismo los justificas. Porque, claro, todo el mundo sabe las maravillosas carreteras que había. O la iluminación. O la fantástica esperanza de vida gracias a una sanidad pública puntera en el mundo. Si es que…