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«¿Qué hacemos con los niños?» por Juan Legaz Palomares

30 de agosto de 2020 - 00:05

Como hay una caterva de dirigentes en Educación a nivel nacional, autonómico y demás entes, con un sinfín de directrices y normas que, quizá, con la mejor intención, van a desquiciar a los padres, profesores y a todo aquel que desempeñe un cargo o tenga relación con la Educación y la enseñanza, les hago esta sencilla y simple reflexión.

Que si colegio presencial, que si semipresencial, que si virtual, o por internet, etc., me propongo preguntar con todo respeto y educación: ¿qué hacemos con los niños? Hay soluciones parciales, pero no se vislumbra la unitaria.

Hablar de nuestros nietos y su porvenir conlleva utilizar frases manidas. Casi todas sobre la importancia de preparar a los que vienen detrás, para que la humanidad siga funcionando. Todo un argumentario que podemos dar por
sabido. Yo no deseo cansar a nadie, contándole cosas más que trilladas. Una vez que nuestros mayores (me refiero a los ancianos) han sucumbido al virus en tantas residencias, cuidemos siquiera de nuestros menores, que se supone que tienen toda una vida por delante.

Ojalá tuviéramos a mano y en carne mortal al Luisín, también llamado Cadalsito, que aparece en la novela “Miau”, de D. Benito Pérez Galdós. Este chaval se encargaba, allá por los finales del siglo XIX, de llevar a su destino (recorriendo las calles del Madrid de la Restauración) las cartas que escribía su abuelo, el señor Villaamil. Era este un empleado de la Administración del Estado, a quien le quedaban solo dos meses para jubilarse con las cuatro quintas partes del sueldo, que tampoco era mucho.

Hablamos de un cesante en toda regla, lamentable fruto del sistema de turnos para gobernar España que, según suicida acuerdo entre los políticos, se regía por el chanchullo. Villaamil pasaba horas escribiendo cartas a conocidos que, con una palabra suya, resolvieran la papeleta. El nietecillo, a costa de perder colegio, llevaba las peticiones del abuelo al domicilio de todos aquellos personajes, incluso ministros, que pudieran echarle una mano.

Se acompañaba de un perro listo titulado “Canelo”, propiedad de un memorialista casado con la portera de la casa.

El día a día del cesante era durísimo. (Tanto como la problemática escolarización de nuestros chiquillos con el coronavirus maquinando). La familia Villaamil pasaba hambre. Luisín sufría desvanecimientos con frecuencia. Se le aparecía entonces un amable viejo de barba blanca (probablemente Dios), que le aconsejaba sobre su futuro. Pero esto no nos vale a nosotros, ya que la ministra Celaá no parece haber sido todavía objeto de aparición divina.

Desistamos, por tanto, de una solución unitaria que se vislumbra imposible y búsquense los parches (o aquellas ocurrencias parciales) que mejor ayuden a encarrilar el futuro de los Luisines del siglo XXI.

-. ¿Y todo este rollo decimonónico?
Tómese como invitación muy sentida para leer a don Benito.

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