Quizá los que tenéis a vuestra madre viva no seáis capaces de valorar la grandeza que supone tenerla a vuestro lado, aunque la veáis vieja, arrugada y pesada en sus frases repetitivas; en realidad nunca hallaréis el amor más puro que el que anida en el corazón de una madre. Hoy, por encontrarme entre los que no cuenta con su presencia física, quiero dedicarle este cariñoso recuerdo a la mía y también a todos los que la perdieron, pero que vive en su corazón.

¿Recordáis, por ventura, los años de vuestra infancia? ¿Recordáis aquellas tranquilas horas en que, libre el alma de pesares y el corazón de inquietudes dejabais reposar vuestra cabeza en el regazo de vuestra madre? ¿Recordáis la ternura con que aquella mujer os acariciaba, estrechaba vuestras manos infantiles e imprimía, sin ruborizarse, sus
labios en vuestra frente candorosa? ¿Recordáis cuántas veces enjugaba, solícita, vuestro llanto y os adormecía dulcemente al eco blando de una nana de amor? ¡Oh!, ¡sí lo recordáis!
Los que tienen la dicha de ver todavía a esa mujer sobre la Tierra, la invocarán con cariño a todas horas. Su nombre está escrito en el corazón, es el nombre más tierno de cuantos encierra el diccionario.
El nombre solo de madre nos representa aquella mujer en cuyo seno bebimos el dulce néctar de la vida; en cuyo pecho dejábamos reposar nuestra cabeza; aquella mujer que nos acariciaba, que oprimía entre las suyas nuestras manos, que besaba nuestra frente, que enjugaba nuestro llanto, que nos mecía, por fin, en sus brazos al eco suave de sus canciones. ¡Dichosos mil veces los que todavía pueden contemplarla con los ojos de la realidad!
Nosotros, los que hemos perdido a nuestra madre, también podemos verla si tenemos corazón y sentimiento. Podemos verla en el sueño dorado de nuestra felicidad. Si el astro de la noche envía sobre la Tierra su pálido resplandor, figuraos que el resplandor pálido del astro de la noche es la mirada tranquila y cariñosa que vuestra madre os dirige desde el cielo.
Si veis en la inmensidad del firmamento una blanca nubecilla que flota cual tenue gasa blanca sostenida en sus extremos por dos ángeles, es el alma de vuestra madre, que, al miraros, sonríe de cariño desde el cielo. Si a la caída de una tarde melancólica sentís en la Bahía de Xàbia un eco vago que se pierde a lo lejos, y que no es el canto de las aves, ni el murmullo de las olas, arrodillaos: es el aleteo de la oración que por vosotros eleva vuestra madre.
Si en la noche apacible del estío acaricia vuestra frente una brisa consoladora, que no es la brisa de las playas de Xàbia ni el soplo apacible del viento embalsamado de las flores, estremeceos de placer: es el beso de pureza y de ternura que os envía desde el cielo vuestra madre.
Aunque la muerte la arrebate, la madre no deja nunca de existir para vosotros, los que tenéis corazón y sentimiento.
Juan Legaz Palomares
Gracias Pep., saludos
Debes estar muy orgulloso del esfuerzo y tiempo dedicado a escribir estas líneas. Espero que sean muchos quienes lo lean y consiga el efecto que merece, sobretodo en muchos hijos e hijas, que no alcanzaron el adecuado nivel de conciencia, del valor de una madre.
Muchas gracias.