Inmersos ya en las entrañables Fiestas de la Navidad, me ha parecido oportuno obsequiarles con este sencillo texto que diman del más puro amor que ninguna adversidad o contratiempo puede arrancar del corazón materno, y que he titulado ‘Amor umbilical’.
Según la RAE, el cordón umbilical es un cordón que une un embrión en vías de desarrollo o feto a su placenta. Contiene arterias principales y venas (las arterias umbilicales y vena umbilical) para el intercambio de sustancias nutritivas y sangre rica en oxígeno, entre el embrión y la placenta. Cuando el feto nace, el cordón umbilical se corta y se deja solo una pequeña cicatriz (el ombligo).
Oscurecido, ofuscado y obligado por el horrible confinamiento por culpa de la pandemia, mi mente castigada y temerosa, se afanaba en buscar un rayo de luz de vida sana que le animara y estimulara.
Y, en un momento de lucidez, de los pocos que tengo, me dije: “La luz más limpia, inocente y que llega a través de una vida que viene al mundo y, desde el seno materno empuja con fe, con amor, y con dulzura hacia la búsqueda de la luz que le ofrecerá el mundo que le espera”.
Así es, cómo desea percibir el amor y la paz de los que ha gozado, durante unos meses, en el vientre de su madre, cuidado con mimo, con esmero, amado, deseado y bien alimentado.
Una vez en el mundo su esperanza se frustraba conforme iba creciendo y, entre tanto desbarajuste: envidia, avaricia, odio, rencor… se estrujaba el cerebro sin entender nada o casi nada, y en el subconsciente soñaba con volver a ser aquel feto, querido, cuidado y alimentado por el flujo sanguíneo maternal y dónde era feliz, protegido en aquella casita del útero. Añoraba su amor umbilical.
Pero, todo en el mundo tiene un precio, que se tasa según el capricho o el valor que le queremos dar los seres humanos (conforme convenga en cada momento). Ya sea oro, piedras preciosas, materias primas, lujos, arte…y, tantas y tantas cosas que giran a nuestro alrededor en función de los intereses, deseos o apreciaciones humanas enfocadas a poseer riquezas o bienes materiales, sin importarnos demasiado el perjuicio que podamos causar a nuestros semejantes.
Valoramos, poco más o menos, o nada la evolución de los sentimientos, del amor a los demás, sin preguntarnos, ¿cómo se pagan?, ¿qué precio tienen?, ¿en qué báscula los pesamos?, ¿o cómo los medimos? He aquí la incógnita pendiente de descifrar durante miles de años. Sin embargo, quizá su solución sea más sencilla de lo que parece y fácil de resolverla. Todos, o la mayoría de los problemas de la humanidad se resolverían con cierta sencillez si reflexionáramos, ¿cómo y con qué se paga el amor? Pues, con más amor. ¡Acabáramos!
Y vuelvo al amor umbilical (que me trajo a este comentario), porque es inseparable, es el que está sellado con el nexo del fluido sanguíneo entre las entrañas de la madre y el feto, que vive alimentado por un vínculo inquebrantable, cuyo amor y unión son eternos y no tienen precio material, sino de un misterio de alimento divino.






